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lunes, 18 de febrero de 2008

Peculiaridades de los implicados en la lucha autogestionaria


“Seguimos ocupándonos de los implicados en la lucha. Hoy toca el turno al paternalista y al voluntario”

El paternalista, a menudo, se mantiene en el exterior del conflicto, se acerca a la “pobre gente” con condescendencia, casi rebajándose. Coloca la vida privada, el ocio o lo caprichos por encima de las tareas comunes. Como existe la impresión de que en la vida profesional no es posible tener un comportamiento moral, ha de dedicar un tiempo para la solidaridad. Doble moral y doble lógica. La de la rentabilidad y competitividad por un lado, y la de la solidaridad para los ratos libres; solidaridad que se realiza a menudo de forma individualista.
Incluso bien intencionado, también en sus relaciones públicas, el paternalista se detiene donde se ven amenazados sus privilegios. No acaba de ver que con las donaciones se impide descubrir las verdaderas causas de las situaciones de marginación. Se obstaculiza así el verdadero camino de solución en la medida en que se trabaja en la escala técnica yanqui de triunfadores y fracasados. Por otra parte, el asistencialismo consolida las conductas dependientes y oportunistas. Se falta el respeto al que sufre, dificultando su dignidad y organización.
El voluntariado en este momento crítico e histórico, caracterizado por las crisis de las organizaciones sociopolíticas, por el auge del individualismo, la participación en organizaciones voluntarias, parece haberse convertido en la tabla de salvación para una sociedad alarmada por la corrupción, la exclusión y la desesperanza. Las ONGs duplicaron su número en media docena de años en los países de la OCDE. Solamente siete ONGs españolas de cooperación y desarrollo, fueron capaces de movilizar 200.000 socios.
Entre las motivaciones del auge del voluntariado cabría destacar la búsqueda de la autenticidad personal y de coherencia ética o el hecho de querer desarrollar la sociabilidad, solventando problemas de comunicación y afectivos, superando ciertos estados de inseguridad. En este sentido hasta los psicólogos recomiendan a sus pacientes apuntarse a una asociación de este tipo. Podrían ser aspectos positivos a mencionar, la preocupación por el otro, la espontaneidad y agilidad para responder en ambientes deshumanizados, la iniciativa y la autoorganización. Así mismo, el constituirse en despertador de conciencias; el desarrollo de la comunidad; los procesos de promoción, prevención y reinserción, así como la implicación internacional. Pero existe también la posibilidad de razones egoístas ya confesadas por algunos y fomentadas desde organismos cuando menos “sospechosos”.
Con cierta frecuencia el voluntariado se convierte en un campo de aprendizaje laboral y así se vende como un modo de ocupar el tiempo en una situación de paro forzoso. Y, lo que es más grave, se cae en dejarse dominar por la lógica mercantil, el clientelismo, la competitividad, la dependencia institucional, el reduccionismo localista, el posibilismo. La historia nos muestra que este fenómeno no es nuevo, ya que, en las sociedades de socorro mutuo, existían socios honorarios que protegían a los trabajadores para tenerlos sometidos. Vemos, entonces, que en el seno de este fenómeno, puede haber mucho de hipocresía, cuando se vive en la parte del mundo donde se están generando las injusticias y, en vez de tratar de suprimirlas, se aparece como benefactor de los que previamente se ha perjudicado. Por este motivo el voluntario puede estar adolecido de despolitización y de ignorancia, si, por ejemplo, no reacciona ante el hecho de que el Ministerio de Trabajo español ofrezca incentivos en préstamos, vivienda y trabajo a los voluntarios, en tanto sigue “flexibilizando” el mercado laboral; más precariedad y más exclusión que trata de paliar con más beneficencia, aunque se maquille de “solidaridad”. Y no debemos olvidar que cuando la caridad suplanta a la justicia, ya sabemos quienes son los perjudicados, los de siempre.
ERRE QUE ERRE

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