Vídeo del acto.
Se ha presentado el libro de Tim Appleton "La política que viene Hacia un populismo de las singularidades " en la Librería Intempestivos con la presencia del autor. Ha presentado Ángel Luis Fernanz que ha enmarcado el acto dentro del ciclo Lectura y compromiso que organiza el Foro Social de Segovia.
Del autor Timothy Appleton ha destacado que es, doctor en Filosofía y profesor de Lingüística en la Universidad Camilo José Cela, ha participado en numerosas conferencias en el Reino Unido y España, presentación de trabajos de investigación sobre temas variados (Lingüística, Retórica, Filosofía, Historia y Política). Co-organizador del coloquio Euro-Latino-Americano de filosofía contemporánea en la Asociación Cruce (Madrid).
La apuesta fundamental de La política que viene es la siguiente: aunque el populismo (de izquierda) siga siendo la mejor manera para pensar la política, deben revisarse sus bases teóricas. ¿De qué manera? El populismo ha sido visto durante largo tiempo ―sobre todo a partir de la obra del más destacado teórico político argentino, Ernesto Laclau― como sinónimo de hegemonía. Íñigo Errejón ha hecho buena ventriloquia sobre esta posición: “el discurso populista es el que unifica posiciones y sectores sociales muy diversos en una dicotomización del campo político que opone las élites tradicionales al ‘pueblo’, como construcción a través de la cual los sectores subalternos reclaman con éxito la representación de un interés general olvidado o traicionado.” Dicho de otra manera, si se generaliza su causa, el pueblo tiene la posibilidad de convertirse en líder ―de “hegemonizar”, en sentido etimológico― el campo social del que anteriormente se había encontrado excluido. El argumento que presento en mi libro es que es imposible que esta formulación sea correcta. ¿Por qué?
Fuente: blog de Tim ¿Qué es el populismo de las singularidades? - El Salto
Timothy Appleton en su intervención ¿Qué es el populismo de las singularidades? , es una crítica al populismo entendido como ‘hegemonía’, una de las tesis principales de mi libro.
La apuesta fundamental de La política que viene es la siguiente: aunque el populismo (de izquierda) siga siendo la mejor manera para pensar la política, deben revisarse sus bases teóricas. ¿De qué manera? El populismo ha sido visto durante largo tiempo ―sobre todo a partir de la obra del más destacado teórico político argentino, Ernesto Laclau― como sinónimo de hegemonía. Íñigo Errejón ha hecho buena ventriloquia sobre esta posición: “el discurso populista es el que unifica posiciones y sectores sociales muy diversos en una dicotomización del campo político que opone las élites tradicionales al ‘pueblo’, como construcción a través de la cual los sectores subalternos reclaman con éxito la representación de un interés general olvidado o traicionado.” Dicho de otra manera, si se generaliza su causa, el pueblo tiene la posibilidad de convertirse en líder ―de “hegemonizar”, en sentido etimológico― el campo social del que anteriormente se había encontrado excluido. El argumento que presento en mi libro es que es imposible que esta formulación sea correcta. ¿Por qué?
Primero, creo que el pueblo debe considerarse como una singularidad. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que es un elemento que milita desde el vacío de una situación social. Es decir, se trata de aquel sujeto que viene a deconstruir un sistema social. De hecho, Errejón había captado bien esta idea cuando utilizó la palabra “subalterno”; o sea, dado que el término hegemonía, que Errejón ha utilizado plenamente, se refiere al liderazgo en un campo social determinado, llegamos a un ejercicio hegemónico que consistiría en asumir la plenitud, y no el vacío, de este campo como horizonte de un proyecto político. Personalmente, diría que la hegemonía está asociada a las autoridades, y el pueblo es lo que viene a oponerse a ellas, y creo que no puede haber en ningún momento una transferencia entre los dos, que es lo que argumenta Errejón.
Parece improbable que los defensores de la identificación entre populismo y hegemonía, hayan cometido un error teórico tan básico como el de confundir el vacío de una sociedad con su plenitud. Debo reconocer que el cuadro teórico que presentan es en realidad más complejo. Lo que defiende Laclau es que el antagonismo político entre el pueblo y la élite no sólo debe considerarse “el límite de una objetividad social cualquiera” (por emplear su propia frase), sino que también representa las demandas particulares que pueden encontrarse dentro de esta misma objetividad. Añadirá que la hegemonía es el nombre de la “articulación” entre estos dos aspectos. Dicho de otra manera, Laclau cree que la hegemonía condensa los antagonismos que son internos a una sociedad, refiriéndolos todos al antagonismo último (que a su vez se refiere al vacío) del mismo orden.
Esta lógica ―por sofisticada que parezca― tampoco funciona. No puede haber antagonismos contenidos en otros, porque esto implicaría que puede haber “límite de una objetividad social cualquiera” dentro de otra, lo cual sería lógicamente absurdo. ¿Cómo propongo resolver estas contradicciones? La respuesta que doy en mi libro es sorprendentemente sencilla, aunque sus implicaciones no lo sean. Defiendo que existen tantos órdenes sociales como antagonismos, y no puede existir ningún “meta-orden” que pudiera unificar a todos estos. Creo que es de esta manera que la singularidad de un pueblo puede preservarse. Esta fórmula es la que llamo “el populismo de las singularidades”.
Me gustaría mencionar otra temática importante que surge de la obra de Laclau, la de “la imposibilidad de la sociedad”. Considero que el populismo de las singularidades propone refinar, incluso completar, esta idea. Laclau, por su parte, vio dicha imposibilidad como resultado de una división contingente ―y multivariante― entre el pueblo y la élite. Lo que yo propongo, más radicalmente, es que en realidad la sociedad es imposible no por esto, sino por ser puramente dispersa, entre los antagonismos infinitos ―cada uno sustraído de un orden del ser distinto― que experimentamos como seres humanos. Este último término ―“seres humanos”― no implica, por supuesto, una vuelta a lo que considero la prehistoria de la teoría social, o sea, el humanismo clásico. Simplemente confirma que la escala en la que debemos pensar ahora la política no es la de una sociedad (que es imposible) sino la del ser humano que se encuentra implicado en diferentes campos de ser, además de en sus dramas antagónicos respectivos.
Según las premisas del “populismo de las singularidades”, las tensiones entre luchas políticas ―antagonismos― distintas se resolverían al nivel subjetivo y no al nivel filosófico, lo que implica que en ningún momento podemos, ni tenemos que elegir entre estas demandas al nivel colectivo. Seguramente no se considerará muy sorprendente la observación de que una persona puede perfectamente ser, por ejemplo, feminista y no apoyar la demanda trans al mismo tiempo. Depende de sus interpelaciones personales. Y no hay tribunal “ontológico” que pudiera elegir entre estas dos decisiones. Creo que este punto es crucial al nivel político, porque sirve para “relativizar” las distinciones entre este tipo de posiciones.
Esta lógica ―por sofisticada que parezca― tampoco funciona. No puede haber antagonismos contenidos en otros, porque esto implicaría que puede haber “límite de una objetividad social cualquiera” dentro de otra, lo cual sería lógicamente absurdo. ¿Cómo propongo resolver estas contradicciones? La respuesta que doy en mi libro es sorprendentemente sencilla, aunque sus implicaciones no lo sean. Defiendo que existen tantos órdenes sociales como antagonismos, y no puede existir ningún “meta-orden” que pudiera unificar a todos estos. Creo que es de esta manera que la singularidad de un pueblo puede preservarse. Esta fórmula es la que llamo “el populismo de las singularidades”.
Me gustaría mencionar otra temática importante que surge de la obra de Laclau, la de “la imposibilidad de la sociedad”. Considero que el populismo de las singularidades propone refinar, incluso completar, esta idea. Laclau, por su parte, vio dicha imposibilidad como resultado de una división contingente ―y multivariante― entre el pueblo y la élite. Lo que yo propongo, más radicalmente, es que en realidad la sociedad es imposible no por esto, sino por ser puramente dispersa, entre los antagonismos infinitos ―cada uno sustraído de un orden del ser distinto― que experimentamos como seres humanos. Este último término ―“seres humanos”― no implica, por supuesto, una vuelta a lo que considero la prehistoria de la teoría social, o sea, el humanismo clásico. Simplemente confirma que la escala en la que debemos pensar ahora la política no es la de una sociedad (que es imposible) sino la del ser humano que se encuentra implicado en diferentes campos de ser, además de en sus dramas antagónicos respectivos.
Según las premisas del “populismo de las singularidades”, las tensiones entre luchas políticas ―antagonismos― distintas se resolverían al nivel subjetivo y no al nivel filosófico, lo que implica que en ningún momento podemos, ni tenemos que elegir entre estas demandas al nivel colectivo. Seguramente no se considerará muy sorprendente la observación de que una persona puede perfectamente ser, por ejemplo, feminista y no apoyar la demanda trans al mismo tiempo. Depende de sus interpelaciones personales. Y no hay tribunal “ontológico” que pudiera elegir entre estas dos decisiones. Creo que este punto es crucial al nivel político, porque sirve para “relativizar” las distinciones entre este tipo de posiciones.
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