El 4 de septiembre, decenas de afganos de la provincia de Kunduz murieron en un ataque aéreo de la OTAN. Gran parte de los asesinados fueron civiles, que recogían combustible gratuito de unos camiones cisterna que los talibanes habían incautado a los ocupantes. El mismo día, Carme Chacón anunció que se estaba considerando incrementar los efectivos del contingente español en Afganistán. A este anunció le siguió una emboscada a una patrulla española en Qal-i-Naw y un conflicto posterior en el que las tropas españolas mataron a 13 afganos. Desde entonces, José Luis Rodríguez Zapatero se ha declarado a favor de enviar al país 200 soldados españoles más. Es cada vez más evidente que Afganistán vive bajo condiciones de ocupación militar y guerra. La misión en la que se enmarca la presencia de las tropas españolas no es una misión de paz, como indican los portavoces del Gobierno y la Ministra de Defensa. Los mismos motivos que existieron para retirar las tropas de Irak en 2004 se aplican al caso afgano hoy. La ocupación sólo trae más muertos, tanto entre la población afgana como entre las tropas ocupantes. La participación en la ocupación de muchos países europeos, bajo mandato de la OTAN, no mejora la situación en absoluto. Sólo nos recuerda la necesidad de que el Estado español se retire de esta alianza bélica cuanto antes. Los abusos de la ocupación han permitido que los talibanes se recuperasen del desprestigio que sufrieron en Afganistán en 2001. Además, gran parte de la resistencia ante las tropas invasoras no está organizada por los talibanes, sino por campesinos que han perdido familiares bajo las bombas de la OTAN, o han visto sus campos arrasados en la “guerra contra la droga”. No olvidemos que con la ocupación el opio ha vuelto a ser el principal negocio del país. No se está reconstruyendo Afganistán. El país necesita de mucha reconstrucción, pero ésta no vendrá de ejércitos, misiles y tanques, sino de la mano de fuerzas civiles, principalmente del propio país. Ahora, la “reconstrucción” consiste en contratos multimillonarios a empresas extranjeras, a cambio de proyectos de carreteras, escuelas, etc. que muchas veces no se acaban, o no sirven cuando están terminados.
No se ha llevado la democracia a Afganistán. La administración actual de Karzai está acusada de corrupción e incompetencia incluso por las autoridades estadounidenses que la instalaron. Esto no debe sorprendernos, si recordamos que Karzai fue un ejecutivo de una empresa petrolera americana, y su gobierno incluye señores de la guerra y narcotraficantes. Las elecciones de este verano —con muchos indicios de fraude— no mejorarán la situación. Una democracia de verdad no se puede construir bajo la ocupación militar. No se ha liberado a las mujeres afganas. Un 60% de las mujeres todavía son obligadas a casarse siendo niñas, a edades tan tempranas como los seis o los nueve años. Casi el último acto del gobierno de Karzai antes de las elecciones fue aprobar una ley que autoriza a los maridos chiítas a privar de alimentación a sus mujeres si no los satisfacen sexualmente al menos una vez cada cuatro días. Otra vez, esto refleja el hecho de que la administración actual de Afganistán no depende de la propia población, sino de las fuerzas de ocupación y de los sectores ultraconservadores que las apoyan, por un precio Por todo esto, hay que preguntarse por qué el Estado español participa en la ocupación de Afganistán. La verdad es que corresponde al intento de fortalecer el perfil español en el plano internacional. Forma parte de la misma política que la insistencia en participar en las cumbres del G-20 para prometer ayudas multimillonarias a los bancos. Coincide con la actitud cínica de tratar al gobierno ultraderechista del Estado israelí como a un interlocutor válido, a la vez que se boicotea al gobierno elegido por los palestinos. También concuerda con su actitud hacia golpe de estado en Honduras, que condena en palabras mientras en la práctica se colabora con los golpistas. La presencia de las tropas españolas en Afganistán corresponde al pago realizado por Zapatero al Gobierno norteamericano por la retirada de las tropas de Irak en 2004. La crisis actual en Afganistán obliga al movimiento anti guerra en el Estado español a volver a movilizarse por la retirada de las tropas, sin olvidar los demás problemas de un mundo afligido por la crisis económica y ecológica. Ambas crisis tienen una relación íntima con la guerra en Oriente Medio. Los enormes gastos militares nunca son justificables. Estos recursos son necesarios para fines sociales, como el apoyo a las personas sin trabajo y a sus familias. Y todo el mundo sabe que estas guerras y ocupaciones son fruto de una economía basada en el petróleo, a su vez causa principal del cambio climático. Por lo tanto, en las próximas movilizaciones, el movimiento antiguerra debe buscar la máxima colaboración con los sindicatos y con otros movimientos sociales que luchan contra los efectos de la crisis económica; así como con los movimientos contra el cambio climático, que tienen una cita importante este diciembre con las protestas ante la cumbre climática de Copenhague.
No se ha llevado la democracia a Afganistán. La administración actual de Karzai está acusada de corrupción e incompetencia incluso por las autoridades estadounidenses que la instalaron. Esto no debe sorprendernos, si recordamos que Karzai fue un ejecutivo de una empresa petrolera americana, y su gobierno incluye señores de la guerra y narcotraficantes. Las elecciones de este verano —con muchos indicios de fraude— no mejorarán la situación. Una democracia de verdad no se puede construir bajo la ocupación militar. No se ha liberado a las mujeres afganas. Un 60% de las mujeres todavía son obligadas a casarse siendo niñas, a edades tan tempranas como los seis o los nueve años. Casi el último acto del gobierno de Karzai antes de las elecciones fue aprobar una ley que autoriza a los maridos chiítas a privar de alimentación a sus mujeres si no los satisfacen sexualmente al menos una vez cada cuatro días. Otra vez, esto refleja el hecho de que la administración actual de Afganistán no depende de la propia población, sino de las fuerzas de ocupación y de los sectores ultraconservadores que las apoyan, por un precio Por todo esto, hay que preguntarse por qué el Estado español participa en la ocupación de Afganistán. La verdad es que corresponde al intento de fortalecer el perfil español en el plano internacional. Forma parte de la misma política que la insistencia en participar en las cumbres del G-20 para prometer ayudas multimillonarias a los bancos. Coincide con la actitud cínica de tratar al gobierno ultraderechista del Estado israelí como a un interlocutor válido, a la vez que se boicotea al gobierno elegido por los palestinos. También concuerda con su actitud hacia golpe de estado en Honduras, que condena en palabras mientras en la práctica se colabora con los golpistas. La presencia de las tropas españolas en Afganistán corresponde al pago realizado por Zapatero al Gobierno norteamericano por la retirada de las tropas de Irak en 2004. La crisis actual en Afganistán obliga al movimiento anti guerra en el Estado español a volver a movilizarse por la retirada de las tropas, sin olvidar los demás problemas de un mundo afligido por la crisis económica y ecológica. Ambas crisis tienen una relación íntima con la guerra en Oriente Medio. Los enormes gastos militares nunca son justificables. Estos recursos son necesarios para fines sociales, como el apoyo a las personas sin trabajo y a sus familias. Y todo el mundo sabe que estas guerras y ocupaciones son fruto de una economía basada en el petróleo, a su vez causa principal del cambio climático. Por lo tanto, en las próximas movilizaciones, el movimiento antiguerra debe buscar la máxima colaboración con los sindicatos y con otros movimientos sociales que luchan contra los efectos de la crisis económica; así como con los movimientos contra el cambio climático, que tienen una cita importante este diciembre con las protestas ante la cumbre climática de Copenhague.
Ahora como siempre, ¡no a la guerra, fuera las fuerzas de ocupación! ¡Regreso inmediato de las tropas españolas!
¡No a las guerras por el petróleo, no a la destrucción del planeta!
Reconvirtamos la industria armamentística a la producción de energías renovables.
¡Dinero para servicios sociales y la gente en paro, no para la guerra y los bancos!
Por la paz, el trabajo y un mundo sostenible.
¡No a las guerras por el petróleo, no a la destrucción del planeta!
Reconvirtamos la industria armamentística a la producción de energías renovables.
¡Dinero para servicios sociales y la gente en paro, no para la guerra y los bancos!
Por la paz, el trabajo y un mundo sostenible.
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