La crisis socioambiental que vivimos es consecuencia del sistema económico imperante. Por ese motivo, exigimos a nuestros gobernantes y autoridades que prioricen esta cuestión en sus agendas políticas. De ese modo evitaremos que estos impactos lleguen a tener las consecuencias ecológicas, sociales y económicas irreversibles que los expertos auguran. La Cumbre de las Naciones Unidas para el Cambio Climático que tuvo lugar el pasado diciembre en Copenhague fue un fracaso global: ni se alcanzó un acuerdo ambicioso y vinculante, ni hubo justicia para los países empobrecidos. En Copenhague pudimos ver cómo los procedimientos de Naciones Unidas fueron secuestrados por un grupo de países encabezados por EEUU y apoyados por el silencio de la Unión Europea y nuestro gobierno con la intención de impedir que se llegara a ningún acuerdo mínimamente exigente de reducción de emisiones. Por si fuera poco, la sociedad civil fue silenciada, los derechos humanos obviados y los niveles de represión policial inauditos. En definitiva, un fracaso mundial que nos encamina a superar los 3,5ºC de media global en las próximas décadas.
Esta es una irresponsabilidad por parte de los gobernantes del mundo que no podemos permitirnos aceptar. Por eso es preciso que se reconstruya un espacio de negociaciones que sirva para recuperar la confianza entre los países y que permita alcanzar un nuevo acuerdo mundial que contemple una reducción de emisiones urgente y una financiación justa. Pero ese espacio debe pertenecer a las Naciones Unidas porque sería un grave error confiar el futuro del clima a acuerdos bilaterales o regionales donde sólo decidan las grandes potencias. Para enderezar el problema es necesario el acuerdo de todas las partes, incluida la sociedad civil y los países empobrecidos, que sin ser los responsables del problema, sí son los primeros en sufrir los terribles impactos de un clima desestabilizado. Los países ricos deben asumir su responsabilidad como causantes de cambio climático. El camino que se nos presenta ahora es aún más empinado que hace un año, sin embargo todos y todas los que aquí estamos, y muchísimos más en todos los rincones del país, tenemos claro que objetivo sigue siendo mismo: hay que limitar el calentamiento del planeta a 2ºC por encima de la temperatura preindustrial. Por ello exigimos que no esperen más a tomar medidas eficaces para abordar el cambio climático. Frenar el cambio climático significa reducir emisiones de gases de efecto invernadero, y sobre todo de CO2. Se necesitan recortes en las emisiones internas de al menos un 30% para 2020, y de un 80% para 2050 respecto de los niveles de 1990 en los países industrializados, y la transferencia de fondos y tecnología limpia a los países en desarrollo para que éstos puedan apostar por una sociedad menos dependiente de los combustibles fósiles.
La adaptación de los países empobrecidos a los impactos ya inevitables del cambio climático tiene que abordarse proporcionando financiación suficiente, estable y adicional a la Ayuda Oficial al Desarrollo. Y debemos asegurar que las emisiones procedentes de la deforestación y degradación de los bosques se reducen drásticamente respetando los derechos de los pueblos indígenas y comunidades locales así como la soberanía alimentaria y el derecho a vivir en tierras que sirven de sustento a comunidades. En el Estado Español, pedimos al gobierno y demás administraciones que se cumpla el Protocolo de Kioto con medidas internas y no comprando certificados de emisión fuera del territorio. Pedimos que se comprometan con objetivos nacionales para 2020 mucho más ambiciosos que los acordados con el resto de la UE, que permitirán emisiones en 2020 un 30% superiores a las de 1990. Es absurdo que un país industrializado como el nuestro termine emitiendo en 2020 más que en 2012. Queremos que este país sea parte de la solución y no del problema del cambio climático. También es importante que países con una economía emergente como China, India o Brasil limiten el crecimiento de sus emisiones sin que ello comprometa la mejora las condiciones de vida de sus habitantes, pues las necesidades básicas de una gran parte de su población siguen lejos de estar cubiertas. En el caso chino, hay que apuntar que a pesar de haberse convertido en el mayor emisor total mundial, todavía está lejos de EEUU, la UE o incluso de España en emisiones por habitante. Sin embargo, si no se transfiere la tecnología adecuada, pronto podrían alcanzar nuestro nivel actual de emisiones por habitante, empeorando así aún más la situación.
Exigimos desde aquí que los países industrializados no eludan su responsabilidad histórica como causantes del cambio climático. Exigimos justicia climática. Tenemos una deuda ecológica con el 80% de los habitantes del planeta, y saldarla nos requiere un cambio progresivo en el modelo social, económico y ambiental que debe empezar ya. Éste cambio debe posibilitar a los países menos desarrollados el acceso a un nivel de vida digno y sostenible sin que se vean allegados a apoyarse en los combustibles fósiles o en las falsas soluciones para lograrlo. No hay tiempo que perder. Los datos son irrefutables y denotan los cambios en la estabilidad de nuestros ecosistemas, cambios demasiado evidentes para ser ignorados: subida de temperatura global y del nivel del mar, deshielo de masas polares y de glaciares, desertificación y aumento de los fenómenos meteorológicos extremos y un largo etcétera. Cada día son más visibles los impactos que ocasionan a muchas de las especies con las que compartimos el planeta.
Este es el Año Internacional de la Biodiversidad, y también queremos reivindicar con fuerza la riqueza de flora y fauna en nuestro país que se encuentra en alto riesgo de empobrecimiento. Especies de interés biológico como el águila imperial, la avutarda, el ferreret o el lince ibérico se encuentran en retroceso constante y están a punto de desaparecer. En todo el planeta hay amenazas a la biodiversidad: el deterioro de los sistemas coralinos y la pérdida de hábitats tales como humedales, playas y masas polares desafían la continuidad de innumerables especies. El cambio climático será para muchas de estas especies el factor definitivo que, sumado al resto de agresiones a su ambiente, puede llevarlas a una desaparición acelerada. No debemos permitirlo y no nos lo podemos permitir.
La actual crisis económica no es la única crisis de escala mundial. El maltrecho modelo productivo en que se ha basado el desarrollo económico ha afectado al clima y viceversa. La desertificación, la subida del nivel del mar o la climatología extrema pueden afectar gravemente a sectores como el agrario o el turístico, tan importantes en nuestro país. Es importante que nos anticipemos. Es necesario el cambio de modelo económico, productivo, de distribución y de consumo, hacia una economía basada en el conocimiento y el alto valor añadido, y con actividades menos contaminantes. Debemos sustituir algunas actividades económicas, las de alto impacto ambiental. Y queremos que sea mediante políticas de transición justa, que reduzcan el impacto social de un cambio de tal envergadura. Ni el planeta, ni los países empobrecidos, ni los trabajadores deben cargar con las consecuencias. Queremos políticas de empleo que potencien los empleos verdes, aquellos trabajos que reducen el impacto ambiental de las empresas a niveles sostenibles. Es necesario pasar de las viejas políticas reactivas a políticas proactivas orientadas a la sostenibilidad. Se pueden hacer muchas cosas: queremos una apuesta política por las energías renovables, medidas de ahorro y eficiencia energética, políticas de reducción del consumo, campañas de reforestación, la sustitución de procesos y sustancias por otros menos contaminantes, entre otras. Un claro ejemplo de sector económico para el futuro es el de las energías renovables, especialmente la eólica y la fotovoltaica. Además de mejorar el déficit del país porque ahorran importación de gas y de carbón, las renovables superan a las energías convencionales en creación de puestos de trabajo por unidad de energía producida. Son una inversión de futuro sostenible y una respuesta necesaria tanto a la crisis económica como a la crisis climática. Cortar las alas a uno de los sectores económicos más prometedores del siglo 21 no es coherente con el objetivo de frenar el cambio climático ni con el de impulsar una economía sostenible que genere independencia y seguridad económica. Por el contrario, la energía nuclear no es solución al cambio climático. Pese a que algunos países se están planteando prolongar la vida útil de sus nucleares o construir otras nuevas, la nuclear sólo supone el 6% del total de fuentes energéticas en el mundo. Aumentar significativamente su contribución supondría construir centenares de centrales en un periodo corto. Su construcción es lenta, aproximadamente diez años, y no estarían funcionando a tiempo, porque disponemos de una década para no superar los 2º C. La inversión necesaria es enorme, más de 5.000 millones de euros por central, y la materia prima necesaria, el uranio, un recurso limitado. Por todo esto, e independientemente del riesgo de operación y la generación de residuos radiactivos, la energía nuclear no es la solución para el cambio climático. La crisis global en la que estamos inmersos es consecuencia del sistema capitalista, un sistema injusto, insolidario, voraz con el respeto a los derechos humanos y depredador con el medio ambiente por lo que es el momento de dar un giro y apostar por vivir sin exceder la capacidad de nuestro planeta utilizando los recursos de forma sostenible y con equidad. Tenemos una responsabilidad con las siguientes generaciones, pero además nuestro propio futuro en las próximas décadas también está en juego. No se puede abandonar.
Por todo ello: CAMBIA DE VIDA, NO DE CLIMA
FORO SOCIAL
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