Qué diría usted al enterarse de que el pollo que cocinó ayer para sus nietos ha sido desinfectado en un baño de cloro. O que le sale llama del grifo de la cocina porque en los aledaños de su huerta han hecho fracking (fractura hidráulica). O que la mazorca de maíz transgénico que se come en la ensalada tiene efectos cancerígenos.
Esto, que puede parecer fruto de la imaginación de un loco, está ocurriendo ya en EEUU y puede ocurrir en España, en Castilla-León, en nuestro pueblo, si se llegara a firmar el TTIP (siglas en inglés de la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión) entre Estados Unidos y la U.ELos tratados de libre comercio, el TTIP es uno de ellos, tienen una larga historia en la que se comprueba cómo desregularizan las normativas nacionales, regionales o locales, que protegen la calidad con la que los bienes han de llegar a los consumidores, en beneficio de poderosas corporaciones como Nestlé, Monsanto, Cargill o Coca-Cola. Responden a la voracidad de las transnacionales, amparadas por unos gobiernos que centran su estrategia más en imponer un liberalismo salvaje que en aplicar una economía social al servicio de los que menos tienen y de los más indefensos.
La Revolución Industrial, que provocó el fin de la economía feudal basada en la tierra, trajo un crecimiento económico desmesurado, hasta el punto de crear muchos excedentes en productos y en capital.
Los países más desarrollados que no podían absorber tanta producción, necesitaban nuevos mercados. La puerta se la abrió el colonialismo mediante el cual se repartieron prácticamente cuatro continentes, como si de una tarta se tratara.
El expolio al que las transnacionales han sometido al Tercer Mundo ha supuesto un negocio redondo fundamentado en una ecuación muy sencilla: les robamos las materias primas, les colocamos productos manufacturados, les imponemos un Tratado de Libre Comercio y, para que puedan pagar, les prestamos dinero a través de los bancos a unos intereses tan elevados que les hacemos dependientes de nosotros para siempre. La deuda externa nunca la podrán devolver.
¿A dónde quiero llegar? Muy sencillo. A que ahora vienen a por nosotros.
Dos realidades han hecho tambalear, en los últimos años, los cimientos de las transnacionales: por un lado ya no obtienen tantos beneficios de un Tercer Mundo esquilmado y, por otro, la aparición de un competidor, China, que se está infiltrando en sus mercados y comiéndose parte de la tarta.
¿Qué significa esto? Pues que tienen, de nuevo, que volver a buscar mercados y ahora le toca a la UE. Las transnacionales norteamericanas, a través del TTIP, han echado el ojo a un mercado tan importante como el de la Europa de los 28. Y para entrar a saco en él deben desregularizar las normativas europeas. Es bien sabido que las normativas de la UE sobre alimentos, transgénicos, medicamentos, pesticidas, fracking son mucho más estrictas que las de EEUU. Por tanto, el gobierno Obama necesita nivelar las diferentes normas y reglas para productos y servicios, a ambos lados del Atlántico, de manera que se aplique la normativa más laxa. Y como la normativa de EEUU es menos estricta va a poder hacer negocio en Europa con productos y actividades que están prohibidos aquí. Por dar un dato, hay 1.000 cosméticos y 1328 sustancias prohibidos en la U.E. que al estar permitidos en EEUU podrán comercializarse entre nosotros, sin ningún tipo de traba.
Desregularizar supondrá que el acuerdo EEUU-UE prevalecerá sobre las normativas nacionales, regionales o locales. Lo que quiere decir que las transnacionales podrán demandar a gobiernos frente a tribunales de arbitraje si se ven perjudicados en sus negocios. Por añadidura, EEUU pretende que estos tribunales sean entidades privadas establecidas al margen de los estados.
De aprobarse, la nueva legislación afectaría, sobre todo a:
- Las políticas medioambientales y sanitarias. Se flexibilizarían: el fracking, los transgénicos, las toxinas, los medicamentos y las sustancias peligrosas.
- El sector primario: la agroindustria se vería favorecida en detrimento de las pequeñas y medianas explotaciones más sostenibles. Se resentiría la soberanía alimentaria y la calidad de los alimentos. Sería la muerte del medio rural y de regiones que, como Castilla-León, basan su actividad productiva en la agricultura y ganadería.
- Los derechos laborales de los trabajadores que brillan por su ausencia en los EEUU.
- El empleo. Está comprobado en todos los Tratados de Libre Comercio. El NAFTA, por poner un ejemplo, ha provocado un millón de desempleados en Méjico.
Es preciso, pues, luchar para que este acuerdo no llegue a firmarse. La movilización popular, a pesar de la opacidad con la que se está negociando el Tratado, está obteniendo frutos evidentes ralentizando la negociación, pero no hay que bajar la guardia. Las transnacionales son insaciables y, además, van a contar con el beneplácito de PP, POSE, UPyD y CiU que, en el Parlamento español y este último junto a Ciudadanos, en el de Cataluña, se han opuesto a que se realice un referéndum para que la ciudadanía decida sobre el TTIP.
Francisco Gozalo Viejo.
Profesor de Historia del IES Peñalara de San Ildefonso
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