Manifiesto leído:
PALESTINA: LA SANGRE QUE HARÁ BROTAR LA ESPERANZA
La tierra de Palestina sigue recibiendo oleadas de sangre inocente derramada por el ejército israelí, con su represión indiscriminada sobre palestinos civiles desarmados. Tienen que acallar la voz de tantas gargantas, denunciando el hecho de vivir ocupados y reprimidos violentamente en su propia tierra. El 14 de mayo de 1948 se fundó el Estado de Israel y desde entonces los palestinos han sufrido la expulsión de su tierra, el confinamiento de la población dentro de un vergonzoso muro que convierte a la franja de Gaza en un inmenso campo de concentración, además de la destrucción sistemática de cualquier posibilidad de vivir dignamente en la tierra que sigue siendo suya.
“Casualmente”, el 14 de mayo de 2018 ha sido la fecha elegida para dar un paso más en esta premeditada política de despojo; ese día se inauguró la nueva embajada de EEUU en Jerusalén, una vez reconocida, el pasado diciembre, como capital de Israel. Con ello se dinamita cualquier posibilidad de entendimiento con los palestinos, si es que alguna vez la hubo.
Para el gobierno israelí (y nos tememos que para la mayoría de su población), los palestinos han sido y son un problema que hay que eliminar y la única manera que han encontrado es negar la evidencia de que estaban ahí antes de que ellos llegaran, y despojarles poco a poco de su dignidad humana, para que las continuas humillaciones a que los someten, el sufrimiento que les infringen y, en definitiva, su paulatino exterminio, les obligue a elegir entre la huida o a la muerte.
Pero nada de lo ocurrido a lo largo de estos 70 años de historia hubiera sido posible sin la colaboración de las potencias occidentales, primero Inglaterra, cómplice en los tiempos del mandato 1918-48 y posteriormente EEUU que ha armado y mantenido diplomáticamente el naciente estado, a sabiendas de la injusticia que se estaba cometiendo con la población nativa.
El presidente Trump ha actuado como un pirómano provocador al inaugurar la embajada de EEUU en Jerusalén (ciudad santa para tres religiones y con un estatuto internacional definido por la ONU), reconociéndola así como capital de Israel e ignorando al pueblo palestino. ¡Lo ha hecho delegando su responsabilidad en su hija!; un gesto de cobardía que deberá ser recordado.
Los más de 100 muertos y cerca de 3.000 heridos en las últimas semanas, todos ellos palestinos, masacrados impune y cobardemente por el ejército israelí, deben serle imputados, no solo al gobierno de Netanyahu, y a la mayoría que apoya sus políticas, sino al Gobierno de EEUU encabezado por Donald Trump.
Palestina no es zona de ningún tipo de “conflicto árabe-israelí”, es pura y simplemente la tierra de la que un inexistente estado judío se apropió hace 70 años, con la complicidad internacional, manteniendo desde entonces una política colonial, racista y de exterminio contra el pueblo palestino.
Hoy Israel sigue el camino trazado de asfixia a la población, haciéndoles cada vez más difícil la vida; pese a todo, el pueblo palestino con su tenacidad y capacidad de resistencia, sostenido por la solidaridad de cuantos percibimos la clamorosa injusticia de su situación, no va a callar ni cejar en su empeño de vivir dignamente en su propia tierra. Los crímenes de lesa humanidad no prescriben, e Israel tarde o temprano tendrá que hacer frente a sus responsabilidades y a la sangre derramada, sin que pueda ocultarla tras la memoria trágica de la “soha”.
A nosotros como europeos y occidentales nos corresponde denunciar la complicidad asesina de nuestros gobiernos que siguen considerando a Israel un socio preferente, y exigirles como medida de presión, apoyar el boicot (BDAS) a los productos de exportación israelíes, procedentes de los territorios ocupados.
¡Viva el pueblo palestino en lucha por la justicia y la dignidad!
La tierra de Palestina sigue recibiendo oleadas de sangre inocente derramada por el ejército israelí, con su represión indiscriminada sobre palestinos civiles desarmados. Tienen que acallar la voz de tantas gargantas, denunciando el hecho de vivir ocupados y reprimidos violentamente en su propia tierra. El 14 de mayo de 1948 se fundó el Estado de Israel y desde entonces los palestinos han sufrido la expulsión de su tierra, el confinamiento de la población dentro de un vergonzoso muro que convierte a la franja de Gaza en un inmenso campo de concentración, además de la destrucción sistemática de cualquier posibilidad de vivir dignamente en la tierra que sigue siendo suya.
“Casualmente”, el 14 de mayo de 2018 ha sido la fecha elegida para dar un paso más en esta premeditada política de despojo; ese día se inauguró la nueva embajada de EEUU en Jerusalén, una vez reconocida, el pasado diciembre, como capital de Israel. Con ello se dinamita cualquier posibilidad de entendimiento con los palestinos, si es que alguna vez la hubo.
Para el gobierno israelí (y nos tememos que para la mayoría de su población), los palestinos han sido y son un problema que hay que eliminar y la única manera que han encontrado es negar la evidencia de que estaban ahí antes de que ellos llegaran, y despojarles poco a poco de su dignidad humana, para que las continuas humillaciones a que los someten, el sufrimiento que les infringen y, en definitiva, su paulatino exterminio, les obligue a elegir entre la huida o a la muerte.
Pero nada de lo ocurrido a lo largo de estos 70 años de historia hubiera sido posible sin la colaboración de las potencias occidentales, primero Inglaterra, cómplice en los tiempos del mandato 1918-48 y posteriormente EEUU que ha armado y mantenido diplomáticamente el naciente estado, a sabiendas de la injusticia que se estaba cometiendo con la población nativa.
El presidente Trump ha actuado como un pirómano provocador al inaugurar la embajada de EEUU en Jerusalén (ciudad santa para tres religiones y con un estatuto internacional definido por la ONU), reconociéndola así como capital de Israel e ignorando al pueblo palestino. ¡Lo ha hecho delegando su responsabilidad en su hija!; un gesto de cobardía que deberá ser recordado.
Los más de 100 muertos y cerca de 3.000 heridos en las últimas semanas, todos ellos palestinos, masacrados impune y cobardemente por el ejército israelí, deben serle imputados, no solo al gobierno de Netanyahu, y a la mayoría que apoya sus políticas, sino al Gobierno de EEUU encabezado por Donald Trump.
Palestina no es zona de ningún tipo de “conflicto árabe-israelí”, es pura y simplemente la tierra de la que un inexistente estado judío se apropió hace 70 años, con la complicidad internacional, manteniendo desde entonces una política colonial, racista y de exterminio contra el pueblo palestino.
Hoy Israel sigue el camino trazado de asfixia a la población, haciéndoles cada vez más difícil la vida; pese a todo, el pueblo palestino con su tenacidad y capacidad de resistencia, sostenido por la solidaridad de cuantos percibimos la clamorosa injusticia de su situación, no va a callar ni cejar en su empeño de vivir dignamente en su propia tierra. Los crímenes de lesa humanidad no prescriben, e Israel tarde o temprano tendrá que hacer frente a sus responsabilidades y a la sangre derramada, sin que pueda ocultarla tras la memoria trágica de la “soha”.
A nosotros como europeos y occidentales nos corresponde denunciar la complicidad asesina de nuestros gobiernos que siguen considerando a Israel un socio preferente, y exigirles como medida de presión, apoyar el boicot (BDAS) a los productos de exportación israelíes, procedentes de los territorios ocupados.
¡Viva el pueblo palestino en lucha por la justicia y la dignidad!
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