En la política española, el concepto de inutilidad suele aplicarse al voto testimonial. Son inútiles los votos que no apuestan por uno de los dos partidos mayoritarios consagrados paulatinamente por un sistema electoral injusto. El voto inútil define así una idea controlada de utilidad: si hay problemas reales acuciantes, se castiga al partido en el poder y se fuerza un cambio de turno votando a su adversario. Con este modo de pensar y actuar, el bipartidismo convierte la realidad en una farsa. Un buen ejemplo nos lo van a dar las estrategias electorales planteadas a raíz de la crisis y de las duras medidas aprobadas por el Gobierno socialista. Parece claro, aunque a estas alturas empiece a olvidarse, que el origen de la crisis está en la prepotencia de las especulaciones financieras y en la consiguiente debilidad del Estado, factores que definen los programas políticos y económicos del Partido Popular. Parece muy claro que las medidas adoptadas por el presidente Rodríguez Zapatero, impías con los necesitados y generosas con las grandes fortunas, se acercan mucho a los ideales del Partido Popular. La única diferencia es que la derecha las hubiese aplicado antes, sin mala conciencia y de forma tajante. Sin embargo, la lógica electoral española hace que los funcionarios y pensionistas castiguen a Zapatero votando a Rajoy. No es poca broma. Si no quieres caldo, te doy dos tazas. Sería un error explicarnos el cambio de rumbo en la política económica del Gobierno con la idea simple de que Rodríguez Zapatero ha traicionado sus promesas y sus principios. La situación es más grave: no ha podido cumplir sus promesas, no ha podido mantener sus principios, no ha podido oponerse al peso real de los mercados financieros, no ha podido defender los deseos de los ciudadanos que todavía albergan la ilusión de que los parlamentos y sus representantes políticos trabajen para ellos, para solucionar sus problemas. La realidad está gobernada por los especuladores y las democracias actuales parecen muy heridas. Zapatero no ha resultado un traidor, sino un inútil en el sentido menos personal de la palabra. Por eso conviene repensar el concepto democrático de utilidad y dejar de aplicar el adjetivo inútil a las papeletas de los votos testimoniales. También son ahora testimoniales para la izquierda sus partidos mayoritarios, que aceptan las reglas económicas de un juego en el que, quieran o no quieran, resultan incapaces de defendernos del capitalismo más agresivo, el verdadero enemigo actual del sueño democrático. Si hay que tranquilizar a los mercados, es porque los mercados son la fiera. La izquierda debe replantearse el sentido de su utilidad y dejar de actuar dentro del discurso marcado por la derecha neoliberal, porque los ciudadanos necesitan unas señas de identidad propias para poder reaccionar ante los ataques del mercado. Los ciudadanos no son tontos, ni cínicos y están dispuestos a votar de acuerdo con principios ideológicos solidarios. Pero necesitan un referente, un rumbo claro dispuesto a defender sus ideales y a dejar de bailar al ritmo de la orquesta avariciosa de los especuladores.
Estamos obligados a abrir una meditación seria sobre la política para iniciar el proceso de protagonismo social de la izquierda, y me parece imprescindible tener en cuenta algunas cosas. Primero: huyamos del todos son iguales. Los partidos socialdemócratas, sus dirigentes y sus bases necesitan ocupar un lugar decisivo en este proceso, y deben asumirlo ellos mismos si quieren sobrevivir como instancias de poder en el huracán neoliberal. Segundo: no se trata de una aventura española, sino europea, en la que los sindicatos deben tomar cartas inmediatas en el asunto. Como no consolidemos en Europa un espacio público capaz de defender los derechos cívicos y laborales ante la globalización económica, cualquier batalla estará perdida. Y tercero: las alternativas a la izquierda de los partidos socialdemócratas no pueden convertirse en la estación residual de votos desencantados o de viejas nostalgias. Por el contrario, necesitan hacerse votables por sí mismas, como fuerzas activas y convincentes de renovación y transformación del pensamiento de la izquierda. Sólo así conseguiremos que dejen de ser inútiles las buenas intenciones de un presidente y todos nuestros votos.
Luis García Montero
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