“Desde un punto de vista social, lo que imperaba era una violencia establecida, un desenfreno de hechos y de palabras…, así, la inversión del orden normal de las cosas tenía un papel primordial en la fiesta”. (El Carnaval. Julio Caro Baroja)
Se abre el telón y el Ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, responsable politico en última instancia de los muertos del Tarajal, cuyo aniversario se ha celebrado recientemente, acusa a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau de indignidad, “ por ponerse del lado de los que humillan a la víctimas”, y de parte de los dos titiriteros encarcelados.
Los medios de comunicación amplifican, desde el patio de butacas, el supuesto escándalo de “apología del terrorismo” y en la platea los espectadores se indignan ante unos hechos que consideran inadmisibles, pidiendo cabezas y poniendo en la picota al Ayuntamiento de Madrid y a Manuela Carmena , su regidora.
La representación está servida.
Situemos los hechos: en el marco de las fiestas de carnaval unos titiriteros ponen en escena una pieza que pretende denunciar, valiéndose de la sátira, el abuso de los poderes: el dinero, la Justicia, la Iglesia, las Fuerzas de Orden Público y la persecucion de la disidencia politica, con acusaciones falsas (cartel Gora-Alka-Eta). Los títeres escenifican, con violencia y muerte en la horca, el mensaje que se quiere trasmitir. Sátira y parodia, transgresión y libertad de expresión, ingredientes que han sido esenciales en las fiestas carnavalescas, por lo menos desde la Edad Media, incluso en sociedades rígidas y autoritarias. En los pueblos se entendía el lenguaje y la excepcionalidad de las fechas, y los poderes lo permitían (aunque no durante el franquismo) como parte de una necesaria catarsis colectiva.
La representación está servida.
Situemos los hechos: en el marco de las fiestas de carnaval unos titiriteros ponen en escena una pieza que pretende denunciar, valiéndose de la sátira, el abuso de los poderes: el dinero, la Justicia, la Iglesia, las Fuerzas de Orden Público y la persecucion de la disidencia politica, con acusaciones falsas (cartel Gora-Alka-Eta). Los títeres escenifican, con violencia y muerte en la horca, el mensaje que se quiere trasmitir. Sátira y parodia, transgresión y libertad de expresión, ingredientes que han sido esenciales en las fiestas carnavalescas, por lo menos desde la Edad Media, incluso en sociedades rígidas y autoritarias. En los pueblos se entendía el lenguaje y la excepcionalidad de las fechas, y los poderes lo permitían (aunque no durante el franquismo) como parte de una necesaria catarsis colectiva.
Hoy sin embargo, el carnaval, como crítica de lo políticamente correcto y válvula de escape necesaria, ya no tiene cabida en una sociedade como la nuestra, cada vez más represiva y controlada, en las que la libertad de expresión, básica en democracia, parece ser sólo una fórmula vacía.
Volvamos la vista al pasado y pongamos las cosas en su lugar, recuperemos el espíritu del carnaval y de paso, entendamos que sin libertad tampoco tenemos democracia.
A.L.
Volvamos la vista al pasado y pongamos las cosas en su lugar, recuperemos el espíritu del carnaval y de paso, entendamos que sin libertad tampoco tenemos democracia.
A.L.
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